José Doménech Ciriaco nace en Alfara del Patriarca en 1941. A los doce años empieza a trabajar en la cantera familiar y, tras conocer el oficio de la piedra, decide ser escultor. El Premio Senyera conseguido en 1965 con su obra San Juan y la pensión de escultura de la Diputación de València (1969) encumbran su carrera y le permiten el acceso a la docencia en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos.
Durante el pensionado Ciriaco conoce el desarrollo de la escultura italiana que se encontraba a la vanguardia de su época. El contacto con las creaciones de artistas coetáneos como Giacomo Manzú, Francesco Messina y Marino Marini, aviva su interés por la abstracción, lo que le lleva a una depuración formal que lo acompaña a lo largo de toda su trayectoria y que alcanza de manera plena en los últimos años.
En sus obras se revela una búsqueda constante de lo femenino. En ellas muestra la elegancia del cuerpo unitario en el equilibrio de unas formas sugerentes, donde superficies cóncavas y volúmenes redondeados se suman y contraponen a aristas y rectas que, a partir de los años 90, se radicalizan en su verticalidad.
Esta exposición permite vislumbrar al artista en su taller. Sus dibujos y estudios volumétricos de diferentes dimensiones muestran la mano del maestro rediseñando el espacio para materializar cada una de sus creaciones según su viabilidad técnica. El dominio del oficio y la sinceridad del diálogo que establece con los diversos materiales con los que trabaja – mármol, madera noble, bronce o aluminio – confieren a la obra de Ciriaco una identidad propia.
A lo largo de toda su trayectoria José Doménech Ciriaco continúa con la tradición de los viejos talleres y la figura del artista recluido en el estudio del que solo sale para dar clase a sus alumnos en la facultad de Bellas Artes.
Por sus maestros Víctor-Hino, Octavio Vicent y Silvestre de Edeta, el artista confiere una gran importancia al trabajo directo de la piedra y al conocimiento de los procedimientos de reproducción y vaciado de sus esculturas.
“Siempre hay una búsqueda” y, si los bocetos a lápiz del escultor son el punto de partida de su obra, el barro es la confirmación del volumen. Por eso, tras el dibujo, modela un pequeño estudio que, si funciona, traspasa a un tamaño mayor para analizar nuevamente y realizar, si procede, la obra definitiva.
El estudio de escayola, convenientemente reforzado con cañas y estopa en su interior, se convierte en prototipo fundamental en la obra de Ciriaco. No solo resuelve dudas constructivas a través de las diferentes dimensiones de la figura; también es indispensable para finalizar los procesos formales, como modelo para su fundición en bronce o aluminio, como muestra para su copia o ampliación en madera o como guía para marcar referencias en la piedra mediante máquina de puntos.
Todo proceso técnico deja un rastro que permite entrever las fases de la creación de una obra. Pequeñas señales en la superficie de escayola de un boceto indican que la forma ha sido transportada al mármol con un compás de puntos insertado en una escuadra madre, mientras que su ausencia apunta hacia un proceso metalúrgico. Por otro lado, los listones y tacos enclavados a las figuras son un claro signo de que ha sido transferida a madera por una copiadora.
La aparición de empresas multicopistas que permiten la ampliación de los estudios de escayola proporciona a Ciriaco la posibilidad de externalizar el desbastado de la obra, que el propio artista repasa una vez regresa a su estudio.
La dimensionalidad ha sido siempre una constante entre los artistas. Así pues, la ampliación de una escultura requiere una serie de apreciaciones previas para valorar la idoneidad del tamaño. El color blanco de la escayola, por ejemplo, permite detectar cualquier fallo en la conformación frente a los colores del barro, mucho más amables.
A partir de los años 90 Ciriaco desarrolla un trabajo libre de elementos anatómicos, que quedan sustituidos por repeticiones geométricas y superposición de volúmenes. Su obra alcanza una mayor verticalidad y sus formas, cada vez más despojadas de lo anecdótico, se alargan para conformar volúmenes limpios y compactos que quedan definidos por sus aristas estilizadas, de texturas suaves, superficies pulidas y sugestivos juegos de luz.
Si bien la piedra, la madera o el cemento son materiales que Ciriaco utiliza ampliamente con anterioridad, el metal se va haciendo cada vez más presente en su producción. Los bronces, realizados mediante la técnica de la cera perdida, tan característicos de su obra, quedan igualmente relegados en estos últimos años. Aquejado por la edad, los costes y la dureza del mármol, Ciriaco decide pasar sus estudios al aluminio. Del mismo modo, sustituye el barro por espumas rígidas de poliuretano, menos húmedas, pesadas y más rápidas de manipular.
A sus 82 años el maestro continúa redefiniendo la técnica y los materiales de su actividad creativa y, aunque lejos queda ya el Ciriaco de superficies curvas y sinuosas donde la mujer se deja entrever serena y ausente, sigue fascinándonos la inmensidad de su universo femenino.