Synthetic Symbiotic Tournament: texto curatorial por Merlina Rañi
Torneo sintético-simbiótico
En un laboratorio silencioso, un ordenador despliega la secuencia genética de una medusa; cientos de millones de pares de adenina, timina, guanina y citosina combinados de forma única. Frente a la pantalla, alguien ajusta la iluminación de la cámara estéril y guía una pipeta milimétrica hacia un frasco con bacterias. En un movimiento, extrae la cantidad exacta de enzima de corte, que en cuestión de segundos separa un fragmento específico del ADN de la medusa. Este fragmento contiene la instrucción que hará brillar a las bacterias, una proteína fluorescente que, en las profundidades del océano, da a la medusa su destello.
Tras una transformación genética, el ADN es introducido en las bacterias, y comienza a integrarse en sus genomas. Convertidas en organismos híbridos, las bacterias adoptarán el brillo etéreo de la medusa.
Una vez que ATGAGTAAAGGAGAAGAACTTTTCACATGGTGAGCAAGGGCGAGGAGCTG TTCACCGGGGTGGTGCCCATCCTGGTCGAGCTGGACGGCGACGTAAACGGCCACAAGTTCAGCGTGAG (…) es introducido, este grupo de E.Coli está listo para el torneo sintético-simbiótico. La incorporación de la proteína avGPF, conforma a estas bacterias como una comunidad que expresa el color verde, mientras que otro grupo incorporará la proteína fluorescente de un coral que expresa el color rojo, y un tercer grupo, una proteína que expresa el color naranja. Gracias a este efecto de la síntesis biológica, será posible identificar tres equipos durante el torneo.
El torneo, concebido por Paula Nishijima en colaboración con el laboratorio de Biología Sintética y Control de Biosistemas de la UPV[1], se inspira en un experimento clásico de la teoría de juegos que ilustra la tensión entre el interés común y el interés individual. El politólogo Robert Axelrod, desarrolló un torneo computacional, en el que invitó a expertos a enviar programas, para explorar cómo estrategias cooperativas o competitivas podían resolver el dilema del prisionero de manera iterativa[2]. Y después de años de investigación demostró que, aunque hubo diversas estrategias, aquellas que tendían a la cooperación eran más eficientes. Este hallazgo resonó no solo en campos de las ciencias sociales, sino también en contextos biológicos y evolutivos.
En el diálogo con el equipo del laboratorio, Paula replantea esta pregunta en el campo de los sistemas sintéticos; lo vincula con la tradición evolutiva de la que proviene, y especula sobre sus posibles destinos políticos.
“¿Cuál es el papel de la cooperación en los sistemas sintéticos? ¿Puede definirse un sistema sintético como egoísta o altruista? ¿Es posible imprimir un ‘marcador cooperativo’ en el código genético de un organismo?”[3]
Detrás de la iniciativa, existe un interés genuino por entender el enfoque de la biología sintética: desde qué marco se piensa a sí misma y cuál es su alcance. Y principalmente, si esa relación entre biología y cibernética resuelve los roces entre el determinismo implícito en la informática, y la complejidad e interdependencia características de los seres vivos.
En cada partida del torneo, se aíslan dos comunidades que conviven en una placa de Petri, y se observan sus interacciones. Las imágenes muestran distintas estrategias tomadas por las bacterias a lo largo de dos semanas. Al principio las dos comunidades se encuentran sin mezclarse, en una interacción que podría considerarse enemistad, pero que es simplemente un borde bien delimitado. Al cabo de un tiempo, los nutrientes disponibles en la placa de Petri son menos, y entonces en todos los casos se observa que los colores se mezclan lo cual puede ser entendido como una estrategia de cooperación ante la escasez.
Al interpretar estas dinámicas dentro de un grupo de personas con conocimientos tan diversos, surgen nuevas preguntas: ¿por qué es tan recurrente pensar en términos de competición? o ¿qué significa el control en sistemas tan dinámicos como los vivos? En ese diálogo se forma un campo semántico de encuentros y discrepancias, con partes exactas y partes naturalmente vibrantes, que se posan sobre el experimento. Quizás porque la biología requiere algo más de su propio lenguaje.
Tanto la ciencia como el arte (o la política, o la economía) se producen dentro de marcos ideológicos y estéticos que son su campo potencial, y al mismo tiempo, incluyen sesgos que comprometen la posibilidad de alcanzar una objetividad siempre ficticia. Y al ser extraño a ese mundo, parece más fácil ver esta situación; percibir el tono de ese marco y ver sus tendencias como planos inclinados. Probablemente por eso los instrumentos y aparatos de observación científicos están tan presentes en las obras de Paula Nishijima, porque en el diálogo que abre hacia la disciplina científica, las herramientas forman parte del discurso y, más importante aún, de sus posibles perspectivas; son literalmente la lente con la que se entiende el mundo.
Como resultado del experimento se presentan las animaciones que simulan las interacciones en el proceso del torneo. Pero las imágenes han de ser interpretadas. Como seres vivos, quizás podemos vernos reflejados en la placa de Petri. Y también podemos reflejar en un mundo bacteriano, nuestro propio comportamiento como humanos que viven, trabajan y hablan.
La relación entre los elementos del experimento en el laboratorio de biología sintética, y el eje cooperación-competencia (del experimento de Axelrod) nos remite a problemas propios de la biopolítica respecto al control y la normalización, así como la definición de la vida en términos funcionalistas. La pregunta inicial sobre el marcador cooperativo, funciona como una invitación a imaginarnos como sería tender “orgánicamente” a la colaboración, que involucra la idea del cuerpo-máquina y la pregunta acerca de dónde radica el poder de decidir.
Y es que como base, esta noción de evolución artificial que trae de forma implícita este campo de investigación, se construye entre el temor a la micro-dominación y la esperanza de una mejor calidad de vida, por el simple hecho de pertenecer a las condiciones socio-económicas de la actualidad. Y porque presenta la potencia de incidir en las condiciones futuras.
La biología sintética puede entenderse como una disciplina basada en el ejercicio colaborativo, dónde los vivientes en su diversidad, comportan una librería de assets genéticos y su incorporación, en vez de darse mediante interacciones metabólicas, se da a través del diseño, la edición y modulación de la expresión génica. Es una disciplina altamente creativa que tiene la capacidad de modelar lo vivo.
En ese sentido, la interacción entre arte y ciencia en la que se produce esta investigación se presenta como una colaboración necesaria. Es un espacio valioso de participación y aprendizaje mutuo, y un enlace del laboratorio hacia afuera, que puede diversificar los imaginarios en los que se produce el conocimiento científico, así como profundizar su resonancia en la sensibilidad popular.
Finalmente, el torneo sintético-simbiótico imprime imágenes de cooperación. Es un ejercicio especulativo que invita a imaginar el futuro de los sistemas vivos, pero también a revisar la caja de herramientas ideológica, y la cosmovisión de la que emergen estos avances. ¿Qué podría significar un mundo donde la cooperación no sea solo una estrategia, sino una cualidad inscrita en el diseño mismo de la vida? La pregunta que Paula instala en el laboratorio, va más allá de su componente técnico, y es profundamente política. Porque nos provoca a imaginar formas de coexistencia que trasciendan las lógicas de competencia que hemos heredado.
Merlina Rañi, 2024
[1] Laboratorio de Biología Sintética y Control de Biosistemas de la UPV, programa de artistas en residencia UPV ai2
[2] Axelrod, R. (1984). The evolution of cooperation. Basic Books. En el libro se relata la experiencia del experimento, cuyos resultados son fundamentales en teoría de juegos y aplicados incluso a esfuerzos diplomáticos.
[3] Cita directa de los registros de la investigación de la artista.