¿Cuánto cuerpo necesita una inteligencia artificial para poder legitimar culturalmente y justificar el sentido de sus producciones? ¿Cuánto del valor cultural es indisociable de la finitud, de la experiencia subjetiva y mortal del cuerpo vivo? Y, ¿cuánto pueden llegar a hibridarse nuestras prácticas —húmedas, risueñas, sangrantes— antes de quedar recalificadas o devaluadas por aquello que supuestamente las ayuda desde los entornos generativos sintéticos? El relato hegemónico en curso acerca del progreso de la IA narra el reemplazo, en ciertas zonas del imaginario, de lo que se conocía como “intuición” o “inspiración artística” por lo que ahora llamaríamos “capacidad generativa”. En este trance, nos parece casi ineludible evaluar las perspectivas de cuantificación y automatización, parcial o total, del trabajo cognitivo y estético. En cualquiera de sus manifestaciones establecidas y reconocibles, la memoria de las artes se transmuta en inmensos datasets y la reflexión histórica se torna en recombinación. La emergencia de ideas se desencuerpa. Y así, la persistencia de las idiosincrasias constitutivas del trabajo artístico y de diseño se convierte en motivo de dudas y sospechas, formuladas tanto por quienes temen la pérdida del carácter personal y expresivo de sus obras —desde posturas que a veces nos hacen pensar en autodefensas neoluditas o en un incipiente “nacionalismo humano”1— como por quienes desearían externalizar —siguiendo intereses corporativos y extractivistas o ciertas nociones de eugenismo tech— completamente su producción y descentralizar radicalmente la economía autorial.
¿Deben considerarse los encuentros casuales, los traumas, los deseos no normativos, los caprichos, los accidentes y el ruido, como elementos clave de la investigación impulsada por el arte? En lugar de estudiar los productos de la creatividad artificial —como esas imágenes insulsas y efectistas que producen los diversos algoritmos generativos— queremos convocar el trabajo de artistas que se sitúan en el espacio intermedio, ambiguo, a veces indecidible, entre la producción analógica (es decir, indisociable de lo que llamamos cuerpo como aparato sensorial y motriz) y la creatividad asistida por redes neuronales artificiales. Trabajos que se sitúan entre la computación y la intimidad, que desafían a una u otra o dibujan sus posibles límites; que se radican entre el despliegue y la exploración de lo técnico y el repliegue que la reflexión crítica impone sobre los medios.
Nos preguntamos sobre las interacciones persona-máquina y máquina-máquina en el espacio de la investigación artística, tanto en lo que esta tiene de académico como en lo que desborda el ámbito universitario y se desarrolla en el espacio público o los mercados del arte. En el marco de la universidad, las formas de cuantificación de los saberes se vuelven cada vez más dependientes de la tecnología. La investigación impulsada por el arte aparece, por su parte, como un campo cuyo progresivo reconocimiento institucional corre paralelo a importantes transformaciones en la noosfera. Estas transformaciones se convierten rápidamente en fuerzas estructurantes y sus protocolos buscan ávidamente penetrar la investigación artística, dar cuenta de su esencia cualitativa hipotéticamente irreductible, con objeto de alimentar cada vez mayores esperanzas de optimizar el ámbito de la formación.
La exposición Una matriz herida presenta una selección de obras de arte así como de documentos y materiales de investigación que señalan espacios que la tecnología generativa puede bordear pero no ocupar ni recubrir, grietas o manchas o, si se prefiere, heridas: expresiones de una matriz que es indisociable tanto de su fragilidad como de su imposibilidad de explicarse totalmente a sí misma. Se reconoce, se duele, goza, empatiza y, en esa medida, produce. En palabras del filósofo Ramon Amaro, ante la situación de avance acelerado de la IA “el rol de diseñadores o artistas es, de hecho, quizás simplemente permanecer fieles al rol de diseñadores o artistas, que es pura producción pero no en el sentido del capital sino en el sentido del ser.
En ocasiones, las obras en Una matriz herida presentan procesos ayudados por o enredados con dispositivos de computación generativa, cuyos resultados escapan sin embargo a lo cuantificable (como la experiencia vital), lo computable (el valor de la emoción) o lo unívoco (un jadeo, un aullido). En otros casos, es la construcción de criterios ambiguos y patrones ficcionales la que se sitúa en zonas limítrofes de la computación, arrojando dudas hacia ella. Mientras que otras piezas muestran reflexiones críticas sobre el enredo de lo producible y lo reproducible, lo procesado y lo que procesa: ya sea la dificultad de los cuerpos humanos para habérselas con lo que la computación avanzada genera de desproporción respecto de nuestro habitar el mundo o nuestra capacidad cognitiva; ya sea la facilidad inherente de los cuerpos para seguir desbordando lo computable. Una matriz herida. Grietas de la creatividad artificial quiere expresar una urgencia colectiva y convocar a creadores, observadores y mediadores para abordar —aun de maneras oblicuas e irónicas— la problemática fascinación que produce la perspectiva de automatizar procesos experienciales y, en particular, la exteriorización del trabajo artístico respecto de lo que (aún denominamos) “cuerpos”.
La exposición Una matriz herida. Grietas de la creatividad artificial se inaugura en el campus de la Universidad Politécnica de Valencia el 25 de abril, e incluye trabajos de artistas como Itziar Barrio, Zach Blas, Sarah Derat, Laia Estruch, Elisa Giardina Papa, John Menick, Katarina Petrović y Marc Vives, a los que se unen elementos de investigación elaborados por el equipo curatorial y de diseño del proyecto: Manuel Cirauqui, curador y director de einaidea; Rosa Lleó, co-curadora de la muestra; Mireia Molina Costa, Carmen Montiel y Alex Viladrich, investigadores y diseñadores de einaidea. En el proceso de investigación y desarrollo de Una matriz herida han participado igualmente, a lo largo de los últimos tres años, investigadores, artistas y diseñadores como Elena Bartomeu, Erick Beltrán, Jo Milne, Lluís Nacenta, Jara Rocha y Pep Vidal.